A lo lejos se distingue
una iglesia majestuosa, imponente y rústica. El sol cubre la fachada, las
paredes se aclaran como si la luz jugara coquetamente con las mismas. Las palomas alzan el vuelo sobre las cabezas,
mientras a lo lejos se distingue a gente indígena, comerciantes, niños que
limpian zapatos y adultos mayores que piden caridad a las afueras de la
iglesia.
Un aire tétrico invita
a pasar. En sus paredes cuelgan cuadros religiosos y figuras católicas que no
despegan las miradas hacia los visitantes como insentivo a que conozcas su
historia y tradición.
La plaza de San
Francisco, imponente y bella, es una de las reliquias arquitectónicas más
grandes de los centros históricos de América Latina. Allí se desarrollan
hechos fundamentales para nuestra historia como programas, festivales sociales
y culturales por parte del Municipio.
Para Pablo Rodríguez,
administrador del convento y museo de San Francisco, los estudios
arquitectónicos y los planos originales del templo fueron sometidos a diversos
cambios a lo largo de los casi 150 años que demoró su construcción. “Varias veces estos cambios fueron violentos
y equivocados a causa de los daños causados por terremotos y la evolución del
arte y la cultura hasta alcanzar finalmente la forma perfecta de la Iglesia que
conocemos hoy en día, es por esto que San Francisco es una de las obras
arquitectónicas de mayor importancia a nivel de América”.
ARTE DENTRO DE LA IGLESIA
Un dato curioso y que
atrae a los visitantes es la movilidad que tiene la escultura de la Virgen de
Quito mal denominada, “Virgen del Panecillo”, la cual habría sido una inquieta
niña sobrina de Legarda.
Por Fabricio Ortiz
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